Sunday, April 03, 2005

Arena blanca mar azul

Te miro desde mi rincón…
en contraluz tomando el sol,
morena como un carbón.

¡Cooooooorte! ¡Cuán equivocados estaban Albano y Romina (circa 1970)! Sólo a una desquiciada, propensa al suicidio lento por cáncer de la piel, se le ocurre dorarse hasta ponerse “como un carbón”. Hoy día usamos super-protectores con un SPF 1500+, que no dejan pasar ni un rayo de sol oh-oh-oh… protectores que deben complementarse con sombreros ala ancha, anteojos para el sol con recubrimiento anti- rayos UV y una sombrilla. Todo para proteger esa piel que después de los 25 se comienza a arrugar y manchar sin nada que la detenga. ¿Es idea mía o suena algo contradictorio esto de ir a la playa para después andarse protegiendo de justamente lo que nos lleva a ella? Porque tambíen habrá que cuidarse del calor excesivo que nos deshidrata y de los animalitos chirriquiticos que habitan en la arena y nos pican por donde no podemos rascarnos en público, sin mencionar lo maluco que es tragar agua salada. Yo, que soy como el ruiseñor que canta y es feliz, todavía no entiendo cuál es la gracia de desperdiciar cuanta vacacioncita se tiene, con aquel afán, bajo aquel calor… y eso si se tiene la “suerte” de contar con buen tiempo pues ya sabemos que la naturaleza es como un hombre buenmozo e inteligente: es caprichosa y emana un fuerte olor. Pudiendo irse uno a la montaña, bien abrigadito, y descansar tomando un chocolate caliente mientras lee cualquier cosa en lugar de ir a pasar las de Hércules frente al mar.

En todos lados pasa igual. A pesar de ser Japón un archipiélago, oseaves, un montón de pedacitos de tierra rodeados de agua por todas partes, es muy corta la temporada en la que uno puede realmente acercarse al mar, tenderse sobre la arena y darse un baño (exceptuando a los submarinistas y a los surfistas que son otra sub-especie). Por si fuera poco, tiene otra desventaja este país: aquí entre nos, hay muy pocas playas bonitas, de esas que uno consigue de a tres por locha en nuestro querido Caribe. Sume lo corto de la temporada con lo poco atractivo del paisaje costero y pensará usted que son pocos los nativos que se toman la molestia de ir al mar. ¡Ojalá! Como si no bastase con el calor, el sol, el agua salada, los bichitos en la arena, las medusas que queman, uno tiene que lidiar con 120 millones de bañistas que “tienen” que ir a la playa en un lapso de menos de seis semanas menos los días de lluvia. Tá piu jó.

Para compensar las imperfecciones de la naturaleza, dios creó a la mujer y los japoneses han creado el Ocean Dome en Seagaia, una playa artificial combinada con parque acuático que cubre un área de 300 x 300 x 38 metros (¿será un volumen?) y un techo deslizable que sólo se abre bajo una estricta y estrecha combinación de temperatura ambiental, intensidad solar y fuerza de viento, o sea, casi nunca. Diez mil personas pueden disfrutar todo el día en la playa sin temor a quemarse, a enterrarse una espina de pescado, a que lo malogre una manta raya, o a que las olas lo revuelquen. La temperatura se mantiene fija a 30 grados sobre tierra y 28 en cualquiera de las 13.500 toneladas de agua, que por cierto no es salada sino clorinada y desinfectada. Hay unas máquinas que producen olas a intervalos pre-fijados, un volcán que hace erupción cada media hora y varios espectáculos de bailes tropicales y pericos de plástico. Y si después de tanta belleza, el visitante todavía quiere probar la manzana que será su perdición, tienen un mirador bellísimo desde el cual se puede cantar a toda voz “vide ‘o mare quant’ è bello!” pues éste queda a sólo 300 metros.

Cómodo estacionamiento y cero imprevistos. ¿Sería capaz Eva de pedir algo más?

mc

Publicado en el diario El Mundo

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