Después fue el pronombre
Como veníamos comentando en nuestro artículo "Al final es el verbo", en la gramática japonesa el verbo cambia según el tiempo pero no según la persona gramatical. El inglés funciona de forma similar, pero la fastidiosa tercera persona destruye este intento por alcanzar la harmonía. Esta aparente simplificación del japonés debería estar contrarrestada por el generoso uso de los pronombres personales. Aténgase a huevos.
En el español de Castilla tenemos: yo, tú, ella, nosotras, vosotras, ustedes y ellas, con las respectivas deformaciones masculinas. No es por criticarnos, pero ¡qué carencia de sofisticación! En japonés hay sopotocientas formas de decir Yo. Están, cual escrito de Luis Fernández, el Yo femenino y el Yo masculino. Está el Yo infantil de interiores Ovejita, el Yo adolescente y rebelde, y el Yo maduro y cansado. Está el Yo humilde y casi invisible y el Yo prepotente y todopoderoso. Está el Yo local que cambia de la montaña hacia la costa y el llano, y el Yo estandarizado para todo el país; el Yo sobrio de los eventos y el Yo guapachoso al que todo se le perdona…y apenas vamos por la primera persona del singular.
Tratamiento similar reciben los otros pronombres de la familia, cada uno de ellos escogidos, cual traje, según la ocasión. Que tampoco es que haya mucha oportunidad de utilizarles pues pareciese que sólo el arroz con leche crea tanto rechazo en el alma nipona como el uso directo y explícito de los pronombres personales. La regla de oro en la etiqueta pronominal podría ser: el pronombre es a la oración como la soga a la casa del ahorcado. Usted dice “comer” en presente y allá el interlocutor que interprete si fue usted el que comió, si lo hizo solo o en compañía, o si los que comieron fueron los vecinos del frente. La sutileza como virtud.
Dígame usted el Tú. Hay pocas cosas tan rudas, groseras y ofensivas como decirle tú, usted o vos, en público, a un habitante del archipiélago. Cuando le presenten a un japonés o a una japonesa haga lo imposible por aprenderse su nombre, pregunte, repita, insista, pase por tonto, sordo o muerto, pero registre ese nombre y de esta manera jamás, nunca, never, jamais, nie, keshite, tendrá que usar el horrible y temido pronombre. Es el mundo del revés: el nombre como sustituto del pronombre. Los pronombres él y ella son menos ofensivos pero aún así deben ser utilizados con suma discreción. Un él o ella en el tono preciso le da la categoría de novio o amante a la persona referida. El o ella son tan románticos que no se usan, casi nunca, para referirse al marido o a la esposa propios. Usted le dice él al marido de su amiga y practicamente le está confesando sus intenciones aviesas. Usted le dice ella a la esposa de un colega y de por descontado que éste nunca los dejará a solas.
Los pronombre plurales carecen de tanta carga emotiva pero nunca está demás usarlos con criterio de escasez, a menos que quiera terminar hablando como si fuera de la casa real británica, la cual, por cierto tiene muy poca popularidad por estos lares pues son un poquito demasiado muy zafriscos y/o alcamoneros.
Una vez que se han conquistado los misterios del pronombre y del verbo, es hora de pasar al poco uso que se le da al plural y a la completa ausencia de artículos. No se desanime y consuélese con saber que en el idioma japonés no distingue entre mayúsculas y minúsculas. ¡qué papaya!