Thursday, February 03, 2005

¡Diablo! vete pa'lla...

¿Sabía usted que al diablo no le gustan los granos, le saca el cuerpo a las espinas y no soporta ni el olor ni el aspecto de las sardinas? ¿No? ¡y después se sorprende de tantas cosas! El tres de febrero es costumbre en Japón celebrar la noche vieja del antiguo calendario lunar en el cual este día marca la división entre el invierno y la primavera aunque para los que lo sufren en carne (de gallina) propia pareciese que el invierno ahora es cuando arrecia. Arrópese. Es entonces, el tres de febrero cuando se abren puertas y ventanas en un ritual nacional de purificación y renacimiento, consistente en el lanzamiento a través de puertas y ventanas de granos de soya no germinada, acompañados del grito: “¡el diablo pa’fuera!”, “¡la felicidad pa’dentro!” (oni wa soto, fuku wa uchi). Dicen que al evitar que la soya germine, se están sellando dentro de ella las muchas maluquezas que llevarían a cabo los demonios si los dejaran. Suerte de caja de pandora orgánica. Se trabaja además con la homofonía de la palabra grano y la palabra ojo de diablo, y al lanzar el primero se están lanzando los segundos. De todas maneras, el asunto es que el diablo saldrá corriendo en cuanto empieze la batalla.¡Y aquel reguero!

El lanzamiento de los granos lleva consigo la dulce esperanza, y he aquí la parte de purificación de tan movido ritual, de que todos esos demonios que nos acosan sean espantados. No es raro oir a los chiquillos del kindergarten del barrio lanzar los granitos, intercalando sus pecados entre el mantra arriba descrito, “¡el diablo, y mis manía de chuparme el dedo, pa’fuera!, “¡la felicidad pa’dentro!”. Una vez que se completa el exorcismo, cada participante se come tantos granitos como corresponda a su edad, más uno, simbolizando la esperanza de completar ese año. Si el piso está limpiecito se recogerán del piso; si se abrigan justificadas dudas al respecto, es mejor dejar una bolsa de reserva. Como nunca ninguna prevención es excesiva, en muchas regiones del imperio se acostumbra a poner en las puertas, dizque de adorno, un par de sardinas secas con unas ramas de espinas, que servirán para alejar cualquier diablo recalcitrante que haya quedado por ahí.

Muchas familias, reacias a trabajar en abstracto, nombran un “diablo asignado” que usando una máscara diabólica (gentilmente proporcionada por su supermercado favorito junto con el respectivo paquetito de granos de soya tostada) es sometido, por parte del resto de la amantísima familia, al bombardeo graneado de baja intensidad. Por ese espíritu de sacrificio que da la antiguedad y la experiencia es muy común que el papel del diablo caiga en los frágiles hombros del papá o en los más resilentes de la reina del hogar. Lo que no se recomienda, bajo ningún concepto, es pedirle a la mamá de ninguno de los dos que asuma este peligroso papel pues esto puede ser fuente de malos entendidos y resentimientos difíciles de revocar. Créame, es mejor quedarse sin diablo de cuerpo presente. No vaya a ser.

M.C.Valecillos

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