Tuesday, September 07, 2004

Inoue

Inoue, es el campeón mas campeón entre los campeones de judo japoneses. Sopotocientos y un encuentros invicto. Medalla de oro en Sidney. Arrase en las eliminatorias japonesas para seleccionar la delegación a Grecia. Indiscutible. Imbatible. Impelable. Inoue.

Cualquiera diria que Inoue no necesitaba ir a Atenas para demostrar que él es el mejor de los mejores. Aténgase a huevos y no compre carne. Si Inoue quiere decir que el es toro que más mea tiene que demostrar que lo es. En Atenas, enfrentándose a otros judokas que claman lo mismo: ser los mejores y no tener rival. Una mera formalidad, esto de los enfrentamientos, pues todos sabíamos que Inoue traería la medalla de oro en la categoría de los 100 y más kilos. O sea que sería ratificado como rey entre los reyes. Los encuentros de Inoue no serían más que trámites (un poco más tangibles que los usuales trámites burocráticos, pero trámites al fin) para cumplir con los requisitos mínimos ya que, preguntásele a quien se le preguntase todos los expertos (los expertos japoneses, ¡faltaba más!) aseguraban a los aficcionados que el triunfo de Inoue era un hecho. Estaba dado por descontado. Que Inoue podía ganar con los ojos vendados, una mano amarrada atrás y sin haber desayunado.

En Atenas Inoue perdió en las eliminatorias, pérdida muy sospechosa pues ¿cómo va a perder un hombre que se sabía que iba a ganar? Para añadir leña al fuego de la sospecha, quien terminó ganando la medalla de los 100 y dele kilos fue el amigo (amigo de Inoue) Suzuki, quien había perdido con Inoue el puesto para ir a Atenas y que fue incluido después por el comité olímpico japones quién sabe con que intenciones de triunfo. ¿Cómo le va a ganar a Inoue uno que esta más abajo en el ranking? ¿Cómo va a perder Inoue que se fue tan contento de Japón, que se vio tan alegre en la ceremonia de inauguración de los juegos? Que tenía aquella cara de satisfacción en los entrenamientos. Que hizo estoicamente cola en el comedor de la villa olímpica, la misma cola que hicieran sus rivales. Que aguantó sin chistar la incomodidad del calor griego, que campeó valerosa y dignamente los incómodos cacheos del personal de seguirdad, que ignoró elegantemente los gritos y vivas con que las barras recibían a otros judokas mientras agradecía con humildad y serenidad el apoyo de sus innumerables partidarios. ¿Cómo iba a perder? No podía.

Inoue, que no sabe que él tenía que ganar por la sencilla razón de que iba a ganar y que no se había enterado de que la pelea era sólo la confirmación de un triunfo anunciado y esperado por millones, solo atinó a decir tres cosas cuando los periodistas lo interrogaron acerca de su derrota:

- Que, honestamente, en ese momento tenía la mente en blanco.

- Que lamentaba mucho haber defraudado a su fanaticada, a su entrenador y a su papá.

- Que, de vuelta a Japón, comenzaría desde cero para prepararse para Beijing 2008, porque ni la vida ni el judo se habían acabado con este encuentro.

Oseaves, que Inoue como que de verdad, verdad es un judoka de primera. Un campeón honesto, pues.

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