Friday, September 24, 2004

Eterno fracaso

El sospechoso caballo de Troya, el afortunado caballo de Lady Godiva, el glorioso Cañonero, el caballo viejo de Simón, la arisca yegua zaina de Juan Vicente, el descalzo caballo de Ricardo III, el fiel Rocinante. Para todos los gustos y ocasiones. Lejanos y cercanos. Míticos y reales. Antiguos y contemporáneos. Unos especializados en carreras cortas, otros en carreras largas, otros se les da mejor el salto y los llevan a las Olimpíadas, otros son de rodeo y llegan hasta el Hatillo, unos ayudan en las corridas de toros, otros sirven de monta a las reinas de las Ferias de Mérida, unos son funcionarios de la policía montada y otros apenas están ahí, con el corazón amarrao a la espera de su potra lazana que lo vuelva desbocao (yeguas jechas favor abstenerse).

Tiene el hipismo japonés su cuota de héroes cuadrúpedos, su público apostador con un lápiz rojo en la oreja, sus hipódromos para llevar a la novia, su clásicos Copa Emperador, sus magníficos ejemplares Sakura Laurel o Elcondorpasa. Y tiene a Haru-Urara.

Pronunciada como jaru-urara y traducida como “gloriosa primavera” Haru-Urara o Ulala, según le suene, es una yegua de 8 años que ha pasado a la historia de la Gaceta Hipica Japonesa por el número de carreras… perdidas. Desde su debut en el 98, hasta el sol de hoy toco madera, toc, toc, Haru-Urara ha participado en 111 carreras, ha sido montada por los jockeys más famosos, se ha medido con lo mejorcito y con lo peorcito del parque nipón y ¿saben qué? ¡ecolecuá! No ha ganado ni una vez. En otras circunstancias, un caballo tan burro ya hubiese sido sacado de circulación y puesto a pasear muchachitos en una feria o en el Junquito. Pero ya lo dijo Ortega y Gasset: dadme una circunstancia y os moveré el mundo y haré que nos obedezca. Haru-Urara tuvo la circunstancia de perder y seguir perdiendo en un hipódromo del interior y cuando acordaron ya había perdido tantas veces que en lugar de ser vilipendiada comenzó a ser admirada por el tesón con el que “parecía” correr cada carrera, la gallardía con la que “parecía” aceptar cada nueva derrota y el optimismo con el que “parecía” prepararse para cada nueva prueba. Ni Claudio Fermín, pues. Los medios de comunicación, con ese fino olfato que tienen para lo que despierte el interés sentimental, nos mantienen al tanto de los últimos fracasos de Haru-Urara, en tanto que un grupo cada vez más numeroso de seguidores la acompaña en cada aparición, apostando a que gana, con ganas de que gane, no por lo que pueda pagar sino para guardar el ticket de la única carrera ganada, y ganas de que pierda para que siga creciendo la leyenda. Dicen los sociólogos y demás analistas ad-hip-hop que después de tanta carrera y tanta competencia para alcanzar el éxito y la gloria, el ciudadano promedio japonés tiene ganas de identificarse con un personaje que no gana nunca, pero que tampoco se rinde. Aquí como que sería un éxito más de un dirigente de la oposición criolla. Sea cual sea la causa, la yegua se ha convertido en toda una celebridad: las agencias de viaje organizan tours para ir a “ver perder a Haru” y a la entrada del hipódromo y en la estación de tren más cercana tienen a su disposición una extensa línea de tazas de café y franelas todas las tallas con la cabeza de Haru cubierta con su máscara rosada de Hello Kitty (¿y si es la máscara lo que la tiene empavada?).

El non-plus-ultra del efecto Haru-Urara es que como lo que la caracteriza no es precisamente la velocidad, los tickecitos de las apuestas son conservados y/o regalados como talismanes contra los accidentes de tráfico. Hay una canción compuesta en su honor y ya se ha comenzado a filmar la película que nos contará su vida. Película que culminará con su última carrera, anunciada para marzo del 2005. La gran interrogante es: ¿Ganará en lo que se espera sea su última competencia regional?

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