Tuesday, September 14, 2004

Saldo final

Cincuenta millones de yenes costó el entrenamiento de la maratonista que ganó la medalla de oro en Atenas. Multiplíquelo por 20 y tendrá, más o menos, la cantidad en bolívares. ¿Mucho dinero? No tanto, dicen los analistas económicos: no tanto. Lo que se haya invertido en el entrenamiento de Noguchi (maratón), Tani (judo), Tanimoto (judo), Kitajima (natación), Shibata (natación), y los otros diez y seis atletas que ganaron oro, los diez y nueve que ganaron medallas de plata y el colectivo que trajo las de bronce es poco al lado del efecto económico que tienen las olimpíadas y las medallas sobre la economía japonesa como un todo. Este efecto se calcula en un “cho” de yenes. Que es un uno con doce ceros. Un trillón de yenes, pues. ¿Pa’qué multiplicar por 20? Un trillón es un trillón, es un trillón. ¿Cómo se produce este efecto? La respuesta: comercialización. Dice la gente de Asics (www.asics.co.jp), fabricante de los zapatos con los que corrieron las tres maratonistas, que no habían terminado de entregar las medallas cuando ya la gente estaba llamando a la empresa para preguntar por el modelo que la campeona besaba en la foto. Ya sacarán un modelo menos sofisticado para la joven que corre en el parque en las mañanas. Igual conducta reporta el fabricante de los anteojos de sol que usó la deportista: perfectas características ópticas, ajustados a la cara, mínimo movimiento oscilante, estabilidad a prueba de julepe. Habrá un modelo, parecido, para el camionero elegante atascado en una cola en Tokio. Los clubes de natación verán un incremento explosivo en inscripciones de damas desocupadas deseosas de quemar grasa; los gimnasios se desbordarán de niños algo pasados de peso como consecuencia de largas sesiones de juegos de video. Ad infinitum.

Interesante, la empresa privada va al Estado rogando pero con el mazo dando. El inversionista ve en cada esquina una oportunidad para incrementar su capital a través del desarrollo de nuevos productos. No pela una para ver su marca unida al éxito. Al Estado le toca dar educación en escuelas con canchas deportivas decentes y piscinas adecuadas, con alimentación balanceada y libros gratis, a casi el 100% de la población. Seamos o no japoneses. Entre los cien y tantos chiquillos que corren en la carrera de los cien metros planos de la fiesta deportiva anual de la escuela de mi barrio, a la que van mis hijos, incluídos en el sistema de educación pública, gratuita y obligatoria, más la ñapa del almuerzo, habrá uno que ¡quién quita! irá a las Olimpíadas del 2020. O una chiquilla, de las que están en el sexto grado, irá con el equipo de balón mano a las del 2016. Los papás y las mamás le dirán a estos niños que es difícil, que deportistas categoría medalla de oro hay uno en cien mil. Que mejor estudien y completen su educación. Que Murofushi (www.hairsalon-yagi.jp/indexkm.htm), con ser el más buenmozo en todita la delegación y con seguidoras hasta en Caracas (me consta), estudia en la universidad. Los papás tratarán de que los chamos sepan que la gloria deportiva no es un camino para salir de la pobreza, sino un camino entre otros muchos que ofrece la sociedad y que siempre es bueno tener un seguro contra inesperados debajo del brazo. Que la gloria pasa y las inversiones quedan. Que diseñadores, ingenieros, maestros y deportistas, entre todos, hacen que los zapatos sean cada vez más livianos, los anteojos cada vez se ajusten mejor, los traje de baño cada vez deslicen más suavemente.

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