Thursday, March 03, 2005

Idioma y trivia

Una pregunta que frecuentemente me hacen: ¿es muy difícil el idioma japonés?. Contesto con este ejemplo: ¿sabe usted cómo se dice otorrino-laringólogo en japonés? La respuesta es: Ji-bi-ka. Así que la próxima vez que alguien le comente sobre la dificultad de aprender un idioma que utiliza tres sistemas de escritura separados pero no iguales y que tiene todo un conjunto de palabras de uso estrictamente femenino que jamás deben ser tocadas, ni con el pensamiento, por cualquier macho que aspire a un mínimo de respeto, recuerde el ejemplo inmediato anterior y sepa que no hay imposibles y si mucha bulla.

Traigo a colación la otorrino-laringólogía porque el tres de marzo se celebra por estos lares el día de las orejas (3-3 se lee ‘mimi’: oreja). Si Venezuela estuviese mejor posicionada en las Naciones Unidas, sería también el día internacional de Mimí Lazo, vencedora, a punta de puro guáramo, del catirismo a juro que convierte a tanta mujer bella en catira insípida, con perdón de la redundancia.

Con el que si coincide el día de la oreja es con el día de las niñas, fecha en la que se celebra, desde por allá por el siglo 15, el festival de las muñecas o Hina Matsuri. Consiste tal festival en exhibir, en las casas donde hay niñas, un juego de muñecas que representa una boda de la era Heian (hágase la idea de que es un nacimiento que, en lugar de mostrar la natividad del niño Jesús, muestra un matrimonio de dos nobles nipones, con cortejo y todo), al que se hacen ofrendas de tortitas de arroz, dulcitos de arroz y licor de arroz para orar por el bienestar y la felicidad de ¡los productores de arroz!, mentira, por el bienestar y la felicidad de las niñas de la casa. Si usted es de los que celebra Jaloguin y va a la misa de San Givin, segurito que ya va a salir esmollejado a imitar esta tradicional fiesta. Achante un pelo y oiga la letra chiquita: por complicado y grande que sea el ‘nacimiento’, éste debe ser desmantelado el cuatro de marzo por la mañanita. Si no cumple diligentemente este ritual, condenará a las niñas de la casa a una vida de vestir santos, y se condenará usted a no tener nietos que le amarguen sus últimos años ni, más importante aún, nietas a las que amargarles sus primeros, regalándoles el ‘jueguito que usó tu mamá’ y el ‘vestido de novia que han usado todas las mujeres de la familia’. Herencias ambas difícilmente superables en términos de terror y pava.

M.C.Valecillos

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